La plaza de Pedro Cid ya es una realidad en el barrio de La Alhóndiga, donde tras la aprobación de una propuesta en el Pleno del Ayuntamiento, la antigua plaza Tirso de Molina ha pasado a llevar el nombre del emblemático sacerdote de la parroquia del barrio, Nuestra Señora de Fátima. La plaza cuenta ahora no sólo con la identificación habitual de cualquier calle o plaza de la ciudad, sino además con una placa en homenaje a Pedro Cid junto a la fuente de la misma.
En este homenaje civil participaron además de numerosos vecinos y vecinas, la alcaldesa de Getafe, Sara Hernández, la concejala del barrio de La Alhóndiga, Raquel Alcázar, el obispo de la diócesis de Getafe, Joaquín López de Andújar, su compañero Luís, párroco; Antonio, representante del ‘Grupo de los últimos muchachos de Pedro’ así como una representación de sus amigos personales, como Julio Rogero.
Sara Hernández tuvo unas emotivas palabras para Cid “que hizo del compromiso una forma de vida, tratando de buscar las respuestas a los problemas de los vecinos que se sentían excluidos, con un talante solidario y dialogante, implicándose personalmente con los sectores más desfavorecidos del barrio de La Alhóndiga. No se trata de ideologías o de creencias religiosas, sino de reconocer el gran legado que ha dejado Pedro Cid en la ciudad”.
Pedro Cid era conocido como ‘el cura de La Alhóndiga’, el barrio que ha reconocido el gran trabajo social que realizó a lo largo de 40 años, lo que conforma un currículum que como destacó la concejala de este barrio, Raquel Alcázar “pocos representantes de la Iglesia y de otros ámbitos sociales pueden superar”. Otro episodio destacado fue cuando en 1991 quisieron trasladarle de parroquia, y todo el barrio se movilizó en contra y los vecinos consiguieron que ese traslado no se hiciera efectivo.
Salmantino, sacerdote comprometido, teólogo por la Universidad Pontificia de Salamanca, docente y educador en Paraguay en épocas difíciles para la Iglesia en Latinoamérica, continuó su vida luchando en causas de gran dureza. Madres de jóvenes drogodependientes, pobres, abandonados o excluidos acudieron a Pedro Cid durante toda su estancia en La Alhóndiga.