Dejad que los niños… se alejen de nuestras miserias.
El caso del famoso autobús naranja debería hacernos reflexionar también acerca del derecho con el que usamos a los niños para determinadas cuestiones. A diario nos llegan imágenes de pequeños mal nutridos, viviendo guerras, escapando de ellas o muriendo en el intento, y entendemos que es «lícito», pues el fin es remover las conciencias.
Lo que ocurre es que ese «derecho», por muy bienintencionados que sean los fines (algo que no sucede siempre), no es tal, sino una evidencia más de la desnaturalización en la que se ve engullido el occidental «primermundista».
La comunicación social está hoy tan saturada, que los mensajes deben dar un pasito más allá para provocar sensaciones en el receptor. El uso del inocente funciona, pues incide en el instinto primario de ponernos en alerta para proteger a la cría, lo cual resulta paradójico.
Deberíamos ser capaces de empezar a salvar a los más pequeños de los problemas adultos, de la barbarie, la sinrazón, la injusticia y las ideologías dañinas, por ejemplo sin recurrir a ellos como reclamo, sin exponerlos en esos escaparates vergonzosos. Bastante tienen con sufrir sus consecuencias.
Mayte Guerrero